Me encuentro en la sala de espera de un consultorio médico, 3 sillas pegadas a la pared de la izquierda, junto a ellas una cesta con revistas y a su derecha la puerta de entrada, en la pared de enfrente otras 5 sillas, todas están ocupadas, de cara al escritorio de la recepcionista hay un banco en el que se encuentran sentadas cómodamente 3 personas, una es bailarina clásica y no precisa mucho espacio.
Desde las sillas de la izquierda observo a una señora que coge de la cesta un periódico del día, El Nacional es el nombre, e inmediatamente otras miradas voltean hacia los titulares, las expresiones de todos los presentes delatan sus pensamientos, con sus caras demuestran su acuerdo o desacuerdo con la elección del diario. La despótica mirada del señor a mi derecha es un grito que exclama: ¡fascistas, imperialistas!
A este hombre lo devora otra mirada, la de una anciana - posiblemente de ascendencia italiana- que se sienta al lado de la que inadvertidamente lee el periódico mencionado, me da a entender que para ella mi vecino no es mas que un corrupto, un ilusionado socialista de esos que solapan el robo de Venezuela por cuenta de venezolanos, y además pretende que yo acuerde con ella. Como comprendo sus sentimientos apruebo con mi labio inferior, pero mi mirada es inexpresiva, me niego a participar en este debate silencioso que para este momento ya ha involucrado a casi todos los presentes, algunos han sacado de sus carteras o de debajo de sus brazos unos semanarios oficialistas, otros han pedido la página de internacionales a la señora que lee el periódico, ya no por interés sino por provocación.
Ya no puedo mirar a nadie, todos esperan mi opinión, se lo que suponen: una muchacha, de seguro una estudiante; y están interesados, pues cualquier cosa que yo exprese se tomará como el sentimiento de todos los estudiantes del país, como si se hubiese convocado una asamblea estudiantil para indicarme exactamente como reaccionar ante esta situación, una reunión de esta naturaleza sería mas bien una clase de artes escénicas, de esas a las que todas estas personas deben haber asistido, pues representan a un personaje cuyo fin en la historia es dar una opinión sobre los temas importantes para la sociedad civil de mi país.
Solo puedo mirar a la bailarina, cuyos ojos vagan hacia la derecha, quizás está inventando una coreografía, o ensaya los pasos en su mente, no advierte que la observo, y si así lo hiciera me obligaría a dar la cara el grupo que me presiona pretendiendo obligarme a responder, y que se ha volcado uniendo a sus miembros en mi contra; algunos quizás tienen miedo de que mi respuesta no los satisfaga. Entra la asistente, como pez en el agua ante esta situación, quizás es ella quien coloca en la cesta los periódicos, para distraerse.
Yo comprendo que cuando sostienes una lectura frente a tus ojos, esta se convierte en tu cara para aquellos que por primera vez se percatan de tu existencia; para las personas que se encuentran en una sala de espera, lo que lees es lo que piensas, y lo que piensas es lo que eres.
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